Por Tesa Vigal
Volví a verla hace meses en el
cine Bellas artes. Y como es una película que me emociona y me turba, me
resultó doloroso que a la gente que me acompañaba no le gustara nada. Aunque lo
comprendía, porque es una peli de culto y siempre que te ponen algo por las
nubes es normal que te decepcione. Además saltan demasiado a la vista algunos
elementos de aquella época (la movida de los 80), algunos muy impolíticamente correctos
en la actualidad, por ejemplo las drogas. Por todo lo cual mis acompañantes se
quedaron con una lectura folclórica, tipo periodístico o así, cuando la peli para
mí habla sobre el misterio de lo creativo y de dónde sale.
Así que hice el bobo al sentirme
rechazada. Delirante y un mal rollo mío; lo reconozco. De nada sirve esa
actitud. También traté de explicar que no se trataba de entenderla. El arte no
se tiene que “entender”, aunque es interesante conocer si es posible la visión
del artista. Se trata del efecto sobre cada espectador, o lector, todos igual
de valiosos porque las diferencias no implican para mí jerarquías, son sólo
diferencias. Lo que me interesa es comprender todo lo que pueda cada diferente
visión, aunque no la comparta y que se entienda la mía por muy distinta que
sea. Ya sé que es difícil, pero sólo el intento ya genera debates interesantes.
Lo malo es cuando domina la incomunicación y se descalifica emocionalmente algo
que no compartimos.
Lo que viene a continuación es,
por lo tanto, mi visión personal sobre la película, lo que a mí me sugiere y
las muchas emociones que me produce.
Es una película tan profundamente
original (es decir no sólo en su apariencia) que a pesar de algunas
irregularidades o fallos, como por ejemplo su plano final, que pierde el
intenso sentido que tenía toda la escena, como si Zulueta no supiera como
rematarla, es tanta la intensidad y urgencia del tema tratado (¿la naturaleza
de lo creativo…?) que puede con todo lo demás. Y lo perdono y lo rescato porque
esa torpeza infantil me trasmite vulnerabilidad, imaginación, hondo buceo, como
si el mismo Pedro (interpretado de manera única por Will More, un personaje de
la Malasaña de la época) y su ludismo desatado, fuese el autor de esta
historia.
Ese remitir constante a una
historia dentro de otra, a un tipo de experiencia dentro de otra, ya es por sí
mismo significativo del efecto y el motor de esta historia singular.
Un director de cine, en crisis
personal y creativa, recibe un paquete que contiene una película y una cinta
con la voz de un conocido a quien hace tiempo que no ve. Un chico obsesionado
con el cine, mejor dicho con la creación. La esencia de lo creativo, o como él
lo llama "la pausa".
En el primer encuentro pregunta al
director qué sabe sobre la pausa y ante la expresión interrogativa del otro, y
enseñándole un álbum de cromos, le explica que se refiere al instante eterno en que uno se arrebata,
desaparece... A esos momentos, frecuentes en la infancia, en que mirando un
cromo puede pasar una mañana entera, la eternidad, porque uno está arrebatado.
Pero añade cerrando el álbum: "Bueno, pues nada de recuerditos. Aquí y
ahora".
Este es el origen y la meta de
esta insólita película que fascina bordeando lo hipnótico: la esencia de lo
creativo. Porque cuando se crea se desaparece y el mundo que está siendo
invocado se materializa. Uno se conecta a no sé sabe qué y se convierte en un
mero instrumento. Sólo (recalco la
palabra) con la mente no se crea, quizás conectamos con el deseo (otro
misterio), y con el inconsciente personal y colectivo. Pues es de allí de donde
surge el arrebato, la inspiración. Creo que el arte no habla de los datos de la
vida (de eso se ocupa el periodismo) sino que bucea en su esencia. Recuerdo una
frase de Henry Miller hablando sobre la poesía, en concreto respondiendo a la
idea limitada que algunos tienen de la poesía como algo que vuelve más “bonita”
la realidad: “La poesía no sólo no
desvirtúa la realidad sino que habla de su esencia”.
Hay un paralelismo con la
posesión, porque en el arte se completa, o se sustituye una realidad por otra, se
invocan mundos. Quién sabe si a veces se materializan, como cuenta la
fascinante película de Gonzalo Suárez ‘Remando al viento’, que trata del mismo
tema, a partir de la génesis del Frankestein de Mary Shelley, en la reunión con
sus amigos los poetas Shelley y Byron y el doctor Polidori, una noche de un verano
lluvioso.
Y hay una cámara devoradora, con
vida propia, que se pone en marcha cuando quiere, perfecto paralelismo con la
inspiración. Y esa cámara interactúa también con lo que filma, que aparte de
ser algo vivo (cada vez más fotogramas en rojo en la película que recibe en el
paquete) es algo que adquiere vida propia que empieza a relacionarse con su
creador. Como en "Remando al viento", donde la criatura
creada-invocada (Frankenstein) no sólo se relaciona con su creador dentro de la
propia obra (allí una novela), sino fuera de ella, en la vida del artista. La
nueva realidad se materializa primero en su interior del artista y luego en el
exterior, pero no cuento más para no destripar el argumento de esta segunda
película que también recomiendo.
Lo creativo ¿qué relación tendrá con
la fuente de lo místico, los sueños…? Todos ellos son profundamente
espirituales (que no religiosos, pues la religión es opuesta a lo espiritual
porque está basada en dogmas). Y crear no es tener ni pensar en algo, es ser,
es invocar. Y sólo se es desapareciendo, dejándose hacer. Crear es dejar
materializarse al mundo que quiere surgir, por mucho que lo tengamos pensado
previamente, y ese mágico proceso es lo que lo convierte en algo excepcional,
independientemente de su tema, incluso cuando éste es en apariencia cotidiano. Crear
sería entonces un viaje a través de dimensiones.
La obra artística tiene ese
efecto: arrebata a sus receptores igual que a su creador, pero no en todos
provoca esa reacción, supongo que tiene que conservarse esa cualidad infantil y
no todos la mantienen activa, ni todos los momentos son propicios, aunque de
forma más o menos indirecta, todos la añoramos. Y luego está la historia que
cada espectador o lector percibe, de manera personal, como una manera infinita
de completar lo que creó el artista.
Película inolvidable. El arte me
parece cosa de viajeros, no de turistas.