domingo, 8 de marzo de 2015

'La noche del cazador' de Charles Laughton

Por Tesa Vigal

Pocos personajes tan inquietantes como el predicador oscuro, sarcástico y turbador que protagoniza esta película, la única que dirigió el actor Charles Laughton. Robert Mitchum interpretó en esta historia el papel de su vida. En las antípodas de los que solía encarnar que, por otra parte, solía ser el mismo. Quizás por eso se crea ese paralelismo tan perturbador entre el actor insólito y el actor que recordamos, el predicador esperado y admirado socialmente y el predicador oculto y letal.


Un sádico perseguidor de niños, contemplado por sus ojos radicales e inocentes a lo largo de una huida que va destilando todo el aire mágico, la atmósfera implacable y amenazadora propia de un cuento mítico. El cazador es un ogro, o un monstruo vampírico y burlón que, a veces, aparece disfrazado bajo la máscara cotidiana y amable de un familiar.

Los niños son los únicos que ven la verdad tras su máscara, los únicos que han visto la burlona y peligrosa amenaza de un sádico, escondiendo el gozo que le produce la cercanía de sus víctimas. Los únicos que no se sorprenden y aceptan con naturalidad, al oír a lo lejos acercándose lentamente la canción silbada burlonamente por el asesino de su madre, a ese hombre que la sedujo sin el menor esfuerzo con todo el encanto de un caballero del sur.



Su madre asesinada flotando entre las plantas acuáticas en el fondo del río, como un sueño de aspecto suave y fondo de pesadilla. Sueño opresivo y quieto, un ojo implacable. Ojo que mira y es visto como las dos palabras tatuadas en sendos nudillos de las manos del predicador : odio-amor. Como una mirada voraz sobre el mundo, queriendo abarcarlo todo para su placer escondido. O dirigir palabras tiernas a sus inmediatas víctimas. Cancioncilla sangrienta. Río neutral que sigue fluyendo a pesar de todo.  

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