domingo, 4 de octubre de 2015

'Mystic river' y 'Sin perdón'-'Unforgiven' de Clint Eastwood


Por Tesa Vigal

Dos películas de Eastwood sobre lo implacable. Si el mundo está hecho de pavor y maravilla (como diría Don Juan Matus, el indio de Castaneda), lo implacable pertenece al pavor y acaricia la maravilla por su lado misterioso. En cualquier caso, estas dos pelis me estremecieron. Y ambas son incómodas.

En 'Mystic river' lo implacable del ¿azar? De tres niños jugando juntos, es a uno a quien raptan, violan, maltratan. Lo implacable del efecto aterrador del miedo, instalado en él para siempre. Esa estremecedora escena en la que Tim Robbins, tras ver una peli de vampiros en la tele, le comenta a su mujer que los vampiros existen. Él los sufrió en su infancia, aunque su mujer no entiende el tono de temblorosa lucidez sarcástica, propio de un ser herido en su centro, con el que él lo dice. Simplemente reacciona con miedo, al entrar en contacto con el lado más oscuro de la vida a través de su marido. 

Como mínimo las personas tan heridas provocan incomodidad y recelo. Sólo los que sean valientes además de sensibles captarán en ellos el dolor por debajo de sus actitudes defensivas, de la intensa, alargada huella del contacto con lo destructivo. Porque al contrario que el dolor comprensible por la muerte de un ser querido, o una ruptura amorosa, que generan compasión instantánea, esas otras heridas convierten a las víctimas en seres solitarios para siempre. Ellos saben, han vivido por desgracia algo tan extremo como difícilmente comunicable, como lo son los malos tratos que van más allá de lo físico. 



Sus dos amigos dan por perdido al niño, que les mira desde el cristal trasero del coche de sus raptores, alejándose de ellos de manera irreversible. Y cada uno reaccionará a su manera. Uno se convertirá en policía. El otro, se mostrará también implacable en la venganza de su hija muerta, como si su actitud anidara, de manera indirecta, eso mismo que pretende aniquilar. La sutileza impresionante con que Eastwood cuenta el efecto devastador del lado oscuro de la vida en los testigos indirectos de la víctima directa, es impresionante (por cierto, la música también es suya). Una ola negra les roza a todos, de la que todos quieren desprenderse, de la cual sólo la víctima se siente culpable y sólo la víctima volverá a serlo para que los demás se liberen de su sombra alargada. Porque alguien a quien no se le puede ayudar, es mejor que se aleje, que desaparezca.

Esos enormes actores (Tim Robbins, Sean Penn, Marcia Gay Harden) dando vida a lo misterioso del destino, lo corrosivo del miedo, el recelo ante las heridas, las sombras con las que todos ellos tienen que convivir. Mucho más nítidas que lo cotidiano, la huida, el cariño, más incluso que sus propias personas. Al flujo sereno, con el que van desenvolviéndose las historias de Eastwood, se suma aquí la atmósfera densa de lo estancado, de aguas pantanosas engullendo en cualquier momento, por el lado más inesperado. 



Lo implacable en 'Sin perdón' radica en la propia existencia de seres destructivos, a la que se añade el misterio de que un día puedan cambiar. Y otros, no. ¿Es eso destino? ¿ser lo que uno es, de manera inocente? Un aire legendario envuelve esta película desde el principio. Y la materia de leyenda es lo extraño, lo memorable aunque no se entienda. 

 El misterio de la integridad. La pureza de ser fiel a uno mismo aceptando las consecuencias. El movimiento incesante y las contradicciones forman parte de la esencia de la vida. Contradicciones que tienden a fundir sus lados opuestos en una resultante que casi siempre nos resulta inaccesible, pero cuya presencia late como una promesa envuelta en bruma y una necesidad de buscar su sentido. El protagonista de esta historia fue en el pasado un mal bicho, el asesino despiadado William Munny, de quien él mismo dice: “Era débil, maltrataba animales, me tenían miedo”. Luego quiso cambiar y lo hizo: “Mi mujer me quitó la maldad”. Pero cuando comienza la historia es un hombre mayor, viudo, torpe y gastado, trabajando en su granja de cerdos junto a sus dos hijos. Cuando un chico conoce su pasado y le comenta que no parece un asesino, él responde: “Igual no lo soy”. La historia acaba con el mismo hombre, implacable y sobrio porque vuelve a expresar el talento que Dios le ha dado, aunque se trate de talento para matar: “Siempre he tenido muy buena suerte en eso de matar…”.  



En medio queda el misterio del mal, una parte del mundo cuyo sentido se agita en la oscuridad pidiendo una respuesta. Puede que lo destructivo al margen de intenciones, sería tan inocente como el bien. ¿O no? ¿Puede existir un asesino inocente?

Esa es la pregunta con la que se cierra esta impresionante película. Los indios sioux tienen un sobrio concepto de lo sagrado. Para ellos el único “pecado” es dejar de ser sagrado, dejar de ser uno mismo. Por supuesto ese uno mismo apunta al alma, no a las máscaras o personajes adoptados en la vida para ir tirando o para ser aceptados. Los sioux apuntan a la zona más honda del ser humano. Justo donde anidan todas las respuestas sin preguntas.

Esta película cuenta la historia de un hombre que cambió y cómo siguió siendo bueno aunque volvió a matar. De nuevo otra pregunta incómoda. Y, como siempre que se profundiza, es en los numerosos matices de esta historia aparentemente sencilla donde vibran las respuestas. Hay otros personajes violentos pero ellos no transmiten inocencia, sino un caudal turbio de intenciones, de voluntad maligna. Y esa diferencia perturba. Son gente destructiva que ejercen de asesinos malignamente, con intención de dañar, de destruir. Por contraste, el protagonista actúa desde una serenidad defensiva o incluso “bondadosa”, humilde, constatadora. No busca ningún tipo de poder mientras que los otros se agitan perversamente en su busca. El sheriff (Gene Hackman siempre impresionante en sus interpretaciones) con una faceta sádica que contrasta con su oficio, supuestamente pertenece y apoya el lado bueno y legal de la existencia. sin embargo le mueve una sucia necesidad de ser reverenciado, elogiado en el libro que un periodista quiere escribir sobre “leyendas” del Oeste. Éste último se arrastra tras la sombra de los poderosos, por eso va en busca de viejas glorias y por eso al encontrarse frente a un ser íntegro, con un pasado del que no presume sino del que se arrepiente, comprueba consternado que ese tipo de hombre que no busca la fama, ni la memoria, ni el poder, resulta incomprensible, incómodo, perturbador. Porque es un ser humano a quien le sabe amarga la admiración, huye del reconocimiento y acepta con humildad su camino. Porque su mayor gozo es “ser”, en lugar de tener. 


La intensidad misteriosa de la libertad y el destino, dos caras de una misma moneda escurridiza y sin nombre, remiten a lo mítico. A cualquier historia anónima de esas que empiezan con un “Erase una vez…”,  que es precisamente como comienza esta historia. Con el aire legendario de un texto y la música melancólica de Eastwood (el tema central “Claudia theme”), que añado aquí para quien quiera leerlo y escucharlo.  

El poder sería lo opuesto al amor. Y es que esta historia es también una historia de amor, la razón por la que el protagonista abandonó su pasado violento. Quiso cambiar y lo hizo. También de la amistad, del amor por los débiles, en este caso la protección de la puta maltratada sádicamente por un cliente. 



Esta película también contiene escenas delicadas, atmósfera pausada como la poza de un río de montaña, miradas insondables, lealtad, luces indirectas, la brutalidad de los gestos vulgares, una melancolía imparable, la fealdad de lo mezquino, la grandeza de alma. La tristeza con la que el protagonista responde a un adolescente que quiere saber: “matar a alguien es algo muy duro. No sólo le arrebatas su presente sino todo lo que hubiera podido ser”. El diálogo tímido y emotivo entre la puta (con la cara marcada por las cicatrices del cuchillo del cliente sádico) y su defensor, reconociendo en un murmullo que si tuviera que elegir a una de las mujeres del salón, sería ella con quien se acostaría, la puta rechazada por todos desde que aquel cliente la agredió.

El misterio y muchas preguntas sobre la existencia anidan en las escenas de estas dos películas memorables.
       



  

No hay comentarios:

Publicar un comentario