Por
Tesa Vigal
Notas rápidas: Y no estuvo porque la
realidad que le rodeaba le hastiaba, quizás porque resbalaba sobre su piel sin
llegar a rozarle y él miraba más allá de sus horizontes cotidianos, mínimos, de
una peluquería con un compañero de incesante, vacía locuacidad, una esposa
lejana que le dejaba frío con sus patéticas infidelidades y unos amigos más
ajenos aún que les visitaban regularmente para cenar, en unas veladas tan
aburridas que llegaban al absurdo.
De repente, en ese panorama tan
estrecho, aparece una posibilidad de cambio y él no duda en vivirlo. A partir de
ahí, del momento en que mueve ficha en el ajedrez de su vida, todo se mueve
alrededor de manera imparable y todas sus circunstancias resultan tocadas.
Como tantas historias del cine negro
esta película parte de una situación sin salida. La triste desolación de un
seco blanco y negro, de unos personajes tan "pobres" como su protagonista,
magníficamente interpretados todos ellos, destacando Frances McDormand.
La vida gris de la mayoría de la
gente que desemboca en un callejón sin salida, o sólo con una salida radical y
definitiva. Lo gris en su más pura esencia, hecho poesía por lo tanto, sus
nervios tristes y vencidos, su esquelético vagar a lo largo de los días, todos
iguales, de las puertas que se abren sobre un árido desierto emocional y vital.
Y, como toda poesía auténtica, su efecto es fascinador al desvelar lo que se
cuece bajo la vida cotidiana.
Magnífica la sobriedad desolada y
cansina de su protagonista Billy Bob Thornton. Y una jovencita Scarlett Johansson
transmitiendo las preguntas sin respuesta de una adolescencia oliendo a niebla.
Ese callejón sin salida, en que se
mueve el protagonista, me recuerda en parte al de John Turturro de la impresionante
‘Barton Fink.’ La diferencia es que Turturro es un escritor, debería sentirse
más cimentado en esa identidad, sin embargo la propia etiqueta le obliga, le
atrapa, todo lo contrario del efecto que puede producir lo creativo cuando es
libre, plasmado en la imagen de una mujer avanzando hacia el horizonte con su
mirada, sentada sola en la orilla de la playa, prendida en la lejanía, en lo
desconocido, en la luz.
Esa guerra interior entre su necesidad de escribir y
la imposición espuria de vender lo que escribe, (él es un neoyorquino en Los
Ángeles, presionado por la industria del cine) desatará en él un torbellino
contradictorio que desembocará en la oleada de su inconsciente solapado,
eludido, con unas potentes imágenes desatadas, que convierten esta peli en una
de las más originales y extrañas de los hermanos Coen. Como bien sabe David
Lynch, a quien recordé en las escenas más oníricas, lo creativo viene de la
imaginación, cuya fuente es el misterioso, incontrolable inconsciente.